VIVIR A FONDO | CICLO B – SANTÍSIMA TRINIDAD

20 mayo 2024

Mt 28, 16-20

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: –«Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»

Jesús encomienda a sus seguidores la tarea de ir sumando nuevos discípulos, incorporando al Pueblo de Dios a todo el mundo sin exclusiones.
Dios ya no es sólo patrimonio de los judíos, el Dios de Jesús es comunidad de amor, y por eso los cristianos somos enviados al mundo para dar testimonio de este amor y compartirlo con todos.

¿Estoy abierto/a al diálogo con Jesús? ¿Cómo lo hago?
¿Me siento escogido/a y por tanto enviado/a a transmitir el amor de Dios?
¿De qué manera puedo incorporar a más personas a ser discípulos de Jesús?

Jesús,
En vuestras palabras y en vuestras actitudes, descubro el gran amor que os une con el Padre y vuestra confianza en la acción del Espíritu Santo.
Nos reveláis que también nosotros somos miembros queridos de la familia de Dios.
Nos decís que el Padre nos ama tanto que os ha enviado al mundo para salvarnos y para revelarnos su amor.

Nos tratáis como amigos y hermanos y nunca nos dejáis huérfanos, porqué estáis siempre con nosotros.

Para ayudarnos a vivir como hijos e hijas del Padre y querernos como hermanos, nos habéis dado el Espíritu Santo.

Gracias por todo lo que nos habéis revelado y por el amor que nos habéis manifestado.

Estoy contento de teneos como hermano.

Había una vez un niño pequeño que quería conocer a Dios. Sabía que debía hacer un largo viaje hasta donde vivía Dios, por eso preparó una mochila con panecillos y un puñado de zumos de fruta y comenzó ilusionado el camino.
Cuando había recorrido casi tres carreras, se encontró con una viejita que estaba sentada en el parque observando las palomas. El niño se sentó a su lado y abrió su mochila. Estaba a punto de beber un zumo cuando se dio cuenta de que la viejita parecía tener mucha hambre. Entonces le ofreció un panecillo. Ella lo aceptó muy agradecida. Su sonrisa era tan bonita que el niño quiso volverla a ver otra vez. Le ofreció su zumo. Y de nuevo ella volvió a mostrar su preciosa sonrisa. El niño estaba encantado.
Los dos se quedaron allí toda la tarde comiendo y sonriendo, pero ninguno de los dos pronunció palabra.
Cuando comenzó a anochecer, el niño estaba cansado y se levantó para irse a casa. Antes de haber dado tres pasos, se giró, corrió hacia la viejita y le dio un abrazo. Ella le regaló la mejor de las sonrisas.
Cuando el niño abrió la puerta de su casa, su madre, sorprendida por la felicidad que mostraba, le preguntó el motivo. Él respondió:
– He comido con Dios. ¿Y sabes qué? ¡Ella tiene la sonrisa más bonita que he visto nunca!
También la viejita llegó muy feliz a su casa. Su hijo, sorprendido por la paz que irradiaba su cara, le pregunta:
– Madre, ¿qué has hecho hoy que te ha hecho tan feliz?
Y ella le dijo: he comido panecillos en el parque con Dios. ¿Y sabes qué? Es más joven de lo que esperaba…
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