NARRADOR: Hoy os quiero contar la historia de cómo Jesús curó a un leproso.
NIÑO 1: Por lo que he oído la lepra es una enfermedad muy mala, ¿verdad?
NARRADOR: ¡Sí! Todos tenían miedo de contagiarse y todos los leprosos se tenían que ir lejos de su familia y vivían solos.
NIÑO 2: Qué pena. ¿Es que nadie les quería?
NARRADOR: Si que les querían, pero tenían miedo a contagiarse. Escuchad que os explico qué pasó.
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas.
LEPROSO: Si quieres, puedes limpiarme.
NIÑO 1: Pero a Jesús… ¿le dio miedo?
JESÚS: Quiero, queda limpio.
NARRADOR: La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente:
JESÚS: No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio.
NARRADOR: Pero cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios; y aun así acudían a él de todas partes.
NIÑO 1: Pero Jesús le dijo que no se lo contara a nadie.
NARRADOR: Es verdad, pero estaba tan contento que necesitaba decirlo a todo el mundo.
Hay tantas cosas que me gustaría dejar en tus manos.
Mi fragilidad, mis incoherencias, mi inconstancia,
mi falta de amor… me atan a mi realidad.
Señor, tú quieres que deje en tus manos…
mi vida, mis preocupaciones, mis proyectos…
todo lo que soy y tengo.
Señor, tú quieres y yo quiero…
que te manifieste y te reconozca en mi vida,
en el que sufre, en el que te necesita,
en los pequeños, en los pobres…