En aquel tiempo Jesús se puso a hablar de nuevo en parábolas a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo diciendo: «El reino de Dios es semejante a un rey que celebró las bodas de su hijo. Envió sus criados a llamar a los invitados a las bodas, y no quisieron venir. Mandó de nuevo a otros criados con este encargo: Decid a los invitados: Mi banquete está preparado, mis terneros y cebones dispuestos, todo está a punto; venid a las bodas. Pero ellos no hicieron caso y se fueron, unos a su campo y otros a su negocio; los demás echaron mano a los criados, los maltrataron y los mataron. El rey, entonces, se irritó, mandó sus tropas a exterminar a aquellos asesinos e incendió su ciudad. Luego dijo a sus criados: El banquete de bodas está preparado, pero los invitados no eran dignos. Id a las encrucijadas de los caminos y a todos los que encontréis convidadlos a la boda. Los criados salieron a los caminos y recogieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas se llenó de invitados. El rey entró para ver a los invitados, reparó en un hombre que no tenía traje de boda y le dijo: Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin tener un traje de boda? Pero él no contestó. Entonces el rey dijo a los camareros: Atadlo de pies y manos y arrojadlo a las tinieblas exteriores: allí será el llanto y el crujir de dientes. Porque muchos son los llamados, pero pocos los escogidos».
Muchos (¡todos!) son los llamados y pocos los escogidos. No pensemos que el sentido de la frase tenga algo que ver ni con vocaciones específicas ni con la predestinación ni con la salvación eterna. La frase significa sencillamente que todos estamos llamados a construir el Reino de los cielos aquí en la tierra, pero que no todos lo construimos.
¿Cuido que mi “vestido” sea el adecuado? ¿Vivo con gozo la llamada de Dios a construir el Reino? ¿Acepto que al banquete del Reino sean invitados “todos”?
El Señor es mi pastor;
nada me falta.
Me hace descansar en verdes pastos,
me guía a arroyos de tranquilas aguas,
me da nuevas fuerzas
y me lleva por caminos rectos
haciendo honor a su nombre.
Aunque pase por el más oscuro de los valles,
no temeré peligro alguno,
porque tú, Señor, estás conmigo;
tu vara y tu cayado me inspiran confianza.
Me has preparado un banquete
ante los ojos de mis enemigos;
has vertido perfume sobre mi cabeza
y has llenado mi copa a rebosar.
Tu bondad y tu amor me acompañan
a lo largo de mis días,
y en tu casa, oh Señor, por siempre viviré.
Perdóname por las veces que he buscado excusas para no participar en él.
Sabes que tu llamada no siempre me entusiasma
(¡no acabo de entender que Tú eres una fiesta!).
Haz que viva con alegría tu llamada,
que responda a ella con decisión,
y que mi “vestido” sea adecuado a la misión que me encomiendas
en la construcción del Reino.