En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo y les dijo: “Id también vosotros a mi viña y os pagaré lo debido”. Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo: Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: “¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?”. Le respondieron: “Nadie nos ha contratado”. Él les dijo: “Id también vosotros a mi viña”. Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: “Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros”. Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Al recibirlo se pusieron a protestar contra el amo: “Estos últimos han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno”. Él replicó a uno de ellos: “Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quieran en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?” Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos».
Son imagen de los marginados de la sociedad de la época (publicanos, pecadores, enfermos…), excluidos de la atención y preferencia de las élites religiosas y políticas, a los cuales Cristo se acerca e incluye en la mesa del Reino.
Al acabar la jornada, hay un final inesperado para los obreros. Comienza a aparecer, en la manera de obrar del propietario, una inversión de los criterios normales con los que se acostumbra a proceder. Este comportamiento del propietario desconcierta e indigna a los obreros de la primera hora. Porque, el hecho normal es que quienes han trabajado más reciban una paga mejor. Eso es lo justo. Sin embargo, el propietario comienza recompensando a los últimos con el mismo salario que a los primeros. El hecho suscita la murmuración contra el propietario. ¿No nos recuerda esta actitud la de otros personajes del Evangelio, como el hijo mayor de Lc 15,11-32, los fariseos (cf. Lc 15,1-2)El propietario responde con firmeza y suavidad a las quejas de los obreros. Él ha sido justo con los primeros, pues les ha pagado lo convenido. Su libertad no está condicionada por nada ni por nadie: es libre para hacer como quiera en sus asuntos. Y su bondad le hace desear pagar igual a todos. Él dice de sí mismo: «Yo soy bueno».
Por contra, los trabajadores de la primera hora se muestran mezquinos y envidiosos, con una expresión de desconfianza, desaprobación, rencor, resentimiento, envidia o cólera.
¿Te comparas mucho con los otros? ¿Esperas más por tus acciones?
(Proverbios 13,18)
Irónicamente ordena preparar una plata llena de desechos y basura.
Ante todos, hace entregar el presente, recibido por el obsequiado con mucha alegría.
Gentilmente, el obsequiado lo agradece y le dice que espere un momento, porque querría poder retribuir su gentileza.
Tira los desperdicios, lava la plata, la llena de flores, y la devuelve con una nota que dice:
“Cada cual da aquello que tiene”.