La Paraula de Déu d’avui ens presenta a Jesús com la Paraula vivent de Déu, que ens comunica la seva llum i la seva salvació. Estem encara en el temps de Nadal. Hem celebrat el naixement del Fill i la festa de la Mare. D’aquí a poc temps celebrarem la festa de l’Epifania, la manifestació del salvador de les nacions. Però les lectures d’avui ens ajuden a entendre amb més profunditat el que el Fill de Déu hagi pres la nostra naturalesa humana. No sols el veiem com el nen recent nascut, sinó com el Messies, el Mestre i el Profeta que ens ensenya la veritat de Déu.
El text de l’evangeli ens presenta a Jesús com a Paraula de Déu, com a Saviesa feta carn. El nostre Déu no és un Déu mut: és un Déu que ens parla, que ens dirigeix la seva Paraula personalment.
“Al principi existia el qui és la Paraula. La Paraula estava amb Déu i la Paraula era Déu”. I aquesta Paraula, feta persona, és la que ha vingut al món i ha posat la seva “tenda” entre nosaltres. Allò que era profecia en l’antiguitat ara s’ha fet realitat.
No és això el que celebrem al Nadal i omple d’alegria i dóna sentit a la nostra existència? Déu no és un Déu llunyà: ens ha dirigit la paraula y aquesta Paraula es Crist Jesús.
Tots necessitem la llum d’aquesta Paraula. Tots necessitem per tal descobrir el sentit de la nostra vida, la saviesa per veure les coses des de els ulls de Déu.
Aviat acabarem les festes de Nadal. Però queda, per a tot l’any, l’encontre dominical amb Crist, la Paraula que ens acompanya un cop i un altre a l’encontre amb Déu Pare.
Padre, tú que, con tu luz, llenas de claridad nuestra vida, dando color a todo lo que existe; tú que nos has dado a tu Hijo como la luz que apaga la oscuridad de nuestras dudas y de nuestros miedos, haz que seamos siempre lámparas encendidas que brillen para nuestros hermanos y los ayuden a descubrir la claridad de tu mirada llena de amor.
Un niño pequeño quería conocer a Dios. Sabía que había un largo viaje hasta donde Dios vive, motivo por el cual llenó su maleta con pastelitos y varios refrescos, y salió comenzando así su jornada.
Haciendo recorrido tres manzanas se encontró con una viejecita. Estaba sentada en el parque, contemplando las palomas. El niño se sentó a su lado y abrió la maleta.
Estaba a punto de beber su refresco, cuando notó que la anciana parecía famélica, así que le ofreció un pastelito.
Ella accedió agradecida sonriendo al niño. Tenía una sonrisa muy dulce, tanto que el niño quiso volverla a ver, así que le ofreció uno de sus refrescos. Otra vez le sonrió. ¡El niño estaba encantado! Se quedó toda la tarde comiendo y sonriendo, pero ninguno de los dos pronunció palabra.
Mientras anochecía, el niño se dio cuenta que estaba muy cansado, se levantó para irse, pero antes de alejarse, se giró y fue corriendo hacia la anciana dándole un fuerte abrazo.
Ella después de abrazarle, le mostró la sonrisa más bonita que jamás había visto.
Cuando el niño llegó a su casa la madre se sorprendió al ver una cara tan feliz. Entonces le preguntó: “¿hijo, porque vienes tan contento?”
El niño contestó: “Hoy he desayunado con Dios”… y antes que la madre pudiera decir nada, añadió: “¿Y sabes qué? Tiene la sonrisa más bonita que he visto nunca.”
Entretanto la anciana, también radiante de felicidad, volvió a su casa. Su hijo sorprendido por la expresión de felicidad de su madre, le preguntó: “¿Qué has hecho hoy que vienes tan contenta?” La anciana contestó: “¡Hoy he comido pastelitos con Dios en el parque!”… Y antes que su hijo pudiera decir algo, añadió: “¿Y sabes qué? Es más joven de lo que me pensaba”